Cádiz, salada claridad.
Granada, agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga, cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén.
Huelva, la orilla de las Tres Carabelas…
y Sevilla.
Manuel Machado
En realidad mi primer libro no se publicó hace dos meses sino hace un cuarto de siglo. Lo que pasa es que únicamente se imprimió un ejemplar. Fue el regalo por nuestro segundo aniversario a mi novia de entonces. El libro era una compilación de las poesías que había escrito durante los dos o tres años anteriores, unos versos mayormente torpes pero apasionados, inspirados en buena parte por la destinataria del ejemplar. Llegué a Málaga con un diskette que contenía todos mis poemas, y los imprimí y encuaderné en una copistería junto a la estación de autobuses. Luego fui a su casa a cenar. Fue una noche feliz. Imaginaos. Un chaval de 20 años recién cumplidos regalándole un libro con sus poesías a la novia de la que está enamorado hasta el tuétano, y ella dedicando una hora larga a leerlo porque no puede esperar a terminar la cena. No te digo que me lo superes, sólo que me lo iguales.
Rompimos algo menos de un año más tarde, roído hasta el hueso nuestro cariño por la distancia y por las largas semanas sin vernos entre una visita y la siguiente. He vuelto a Málaga no menos de media docena de veces desde entonces, y he conocido mucho más de la ciudad, ahora que tengo tiempo para visitarla y no sólo para pegarme como una lapa a una novia a la que veía cada dos meses. Seguimos siendo amigos, por cierto. Charlamos durante horas como si fuera 1997 y no nos cansamos. Nos habíamos conocido en el instituto, cuando yo residía en el internado militar en el que pasé dos años por mi condición de estudiante-francamente-mejorable. Nuestra mejor amiga de la época sigue siéndolo también. Cuando voy a la ciudad me alojo en su casa, un octavo piso con unas vistas envidiables. También me hace de guía turístico. La ciudad ha cambiado mucho en estos veinticinco años, generalmente para bien, salvo en los precios. A finales de los noventa yo podía invitar a cenar a una docena de personas en un bar de barrio con mi sueldo de camarero de McDonald’s, ahora es algo más complicado. La catedral, la Manquita, sigue en su sitio, todavía con la segunda torre inconclusa. Justo al lado del templo conocí a un tuitero del que no había oído hablar, pero que era a su vez conocido de otra tuitera que también vive en la ciudad. Nuestra amiga común se fue, y no sé decir exactamente qué pasó después pero la resaca me duró 24 horas, el tiempo que tardé en quedar con otros dos tuiteros y bajarnos cinco botellas de Cartojal entre los tres. Hay ciudades que intentan que no salgas con vida. La última vez que estuve allí fue en octubre. Mi amiga y yo acabamos en un catamarán dando una vuelta por la bahía con un puñado de veinteañeros franceses. Ella tiene 45 años, como yo, pero lleva aparentando 29 desde los 36. Así que no desentonaba con la chavalada, a diferencia de mi. Mientras el sol se ponía y nos tomábamos un refresco en la proa, hablábamos de mil cosas, de la vida, del amor y de los viejos tiempos. Málaga es el lugar donde he sido feliz de más formas diferentes.
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5 respuestas a “Málaga, cantaora”