Cerebro, belleza y pantalones. Aloha Wanderwell, la primera mujer que dio la vuelta al mundo en coche

Un día de 1922 Idris Hall leyó en la prensa francesa un anuncio en inglés que rezaba «Brains, beauty and breeches. Oportunidad para una jovencita con suerte de dar la vuelta al mundo«. El anuncio, buscando teóricamente una secretaria, lo había puesto Walter Wanderwell, un polaco afincado en Estados Unidos que había convencido a Henry Ford para que le donara un par de Ford T con los que dar la vuelta al globo. Idris había llegado a Francia unos años antes siguiendo a su padrastro, un reservista del ejército británico que acabó muriendo en la batalla de Ypres. Acostumbrada a leer desde muy joven, había devorado las novelas de aventura de la biblioteca familiar, así que no se lo pensó dos veces y respondió a la oferta. Idris apenas tenía 16 años, y aquel día no sólo cambió su vida para siempre, sino que fue el inicio de una de las mayores aventuras de la historia del automovilismo. Esta es la historia de una mujer cuya vida y personalidad parece un cruce de Amelia Earhart con Indiana Jones.

Aloha Wanderwell desembarcando un coche en Osaka, Japón, en 1924

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Europa Low Cost: Dublín. El día en el que por fin me robaron

Lo noté en seguida. Al fin y al cabo no estoy acostumbrado a contactos indeseados en según qué partes del cuerpo. Llevábamos menos de dos horas en la ciudad y acabábamos de hacerlos las típicas fotos dublinesas en el Temple Bar, el icónico pub símbolo no oficial de la ciudad.  Estábamos cruzando un puente peatonal sobre el río Liffey y noté un brevísimo contacto en el bolsillo trasero del pantalón. En seguida me llevé allí la mano, pero la billetera no estaba. El susto fue tan grande que dije en voz bien alta que me acababan de robar la cartera. Miré a mi alrededor, pero el puente estaba abarrotado. Podía haber sido cualquiera en veinte metros a la redonda. Así que elevé el tono de voz lo más que pude y grité que me habían robado, esta vez en inglés. En la cartera llevaba apenas diez euros, pero también el DNI, el carné de conducir y las tarjetas de crédito. Me quedaba indocumentado y más tieso que el palo de una escoba. Después de casi cincuenta países en cuatro continentes, esta era la primera vez que me robaban.

¿Puede concebirse una nuca más irlandesa? Nunca en toda mi vida he sentido una necesidad tan apremiante de pegarle una colleja a alguien.

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Diecisiete años después

Llegar a una edad es empezar a plantearse ciertas cosas sobre el paso del tiempo, sobre cuánto nos queda aquí y sobre cómo queremos pasarlo. Al fin y al cabo, es más que probable que hayamos dejado el ecuador de la vida atrás hace ya unos cuantos años. Siempre hay un amigo que es el primero al que entierras, y si no lo hay es que eres tú. Hace unas semanas murió mi amiga Txell después de años peleándose contra el cáncer, y sobre todo contra sus consecuencias. Le habían dado cinco años de vida, pero vivió, y de qué manera, más de seis. Unos meses antes de dejarnos decidió que había una fiesta que no quería perderse, así que la organizó ella: su funeral. El Funeral en Vida fue todo un acontecimiento; familia y amigos reunidos para pasar un buen rato con comida y bebida, música, baile y felicidad a raudales. Yo me lo perdí porque estaba en Japón, pero para ella fue uno de los mejores días de su vida, y me habló de él cada vez que nos volvimos a ver en los siguientes meses. Nuestro último viaje juntos, su penúltimo, fue recorrernos en coche cientos de kilómetros por Serbia, Bulgaria y Rumanía. Para mi el viaje duró doce días, pero para ella fueron seis, porque la tuve que dejar en el aeropuerto de Bucarest a tiempo de la siguiente sesión de quimioterapia en Barcelona.

Monasterio de Rila, Bulgaria, agosto de 2023

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