Romana y mora, Córdoba callada

Cádiz, salada claridad.
Granada, agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga, cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén.
Huelva, la orilla de las Tres Carabelas…
y Sevilla.

Manuel Machado

Honestamente, lo de «romana y mora» se puede decir de casi todo el país. Entre unos y otros controlaron buena parte de la Península Ibérica durante más de un milenio, y es difícil pegarle una patada a una piedra y que no te salga un acueducto. Pero claro, eso lo pienso desde la Torre de la Calahorra, construida por los musulmanes y que se alza en un extremo del Puente Romano sobre el Guadalquivir, mientras observo desde la distancia la Mezquita. Quiero pensar que Machado concibió su verso precisamente pensando en este punto. Dicho lo cual: el Puente Romano de Córdoba en realidad no es tal cosa. Es medieval. En España a cualquier puente anterior al siglo XVII se le llama romano por defecto. Y la mezquita tampoco es una mezquita sino una catedral. Hemos sido engañados. Pero qué más da. Dos días antes estaba en la Alhambra, así que mantenía un ritmo de un Patrimonio de la Humanidad cada 48 horas.

Decir que en Córdoba hace calor en agosto es como decir que el Himalaya tiene un relieve complicado para los ciclistas. El tren me depositó a las siete y media de la mañana en la estación, todavía con la ciudad remoloneando entre las sábanas del lunes estival. Aproveché para recorrer las plazas y callejas encaladas, vacías de turistas y paisanos mientras el sol todavía se resistía a asomarse del todo. Córdoba callada, decía el sevillano. A la hora que indicaba el ticket entré en la Mezquita-Catedral, y pongo las dos denominaciones separadas por un guión porque el edificio es las dos cosas. Y, honestamente, yo no lo sabía. Así de ignorante soy. Nunca había estado en Córdoba salvo en la antigua estación de trenes, en la pausa de dos horas que realizaba de madrugada el expreso que a finales de los noventa iba de Algeciras a Madrid y de allí a la frontera francesa. Ni siquiera lo cuento como visitar una provincia. Así que cuando entré en el templo no me sorprendió el bosque de columnas sosteniendo dobles arcos de medio punto, que ya había visto mil veces en fotos, pero sí el crucero renacentista en el centro del edificio, una virguería artística prodigiosa de un estilo tan radicalmente distinto que el cerebro se niega a comprender que hay un conjunto. Son agua y aceite, pese a estar bajo el mismo techo. Pasé dos horas y media en el interior de la catedral-mezquita y luego me fui a pasear por la ciudad, probablemente la mejor idea que he tenido en mi vida, exceptuando todas las demás. No quería añadir un golpe de calor al shock arquitectónico, así que acabé adelantando mi bus de regreso a Granada, con la sensación de que tenía que volver algún día a Córdoba. Y pronto.


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5 respuestas a “Romana y mora, Córdoba callada

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