El hombre que robó un avión y lo aterrizó en medio de Manhattan por una apuesta

«Sujétame el cubata». Así empiezan las decisiones catastróficas, pero tambien muchas historias épicas. La de hoy es ambas cosas. Thomas Fitzpatrick ya había combatido en dos guerras cuando alguien tuvo la pésima idea de desafiarle. Tommy Fitz, como le conocían sus amigos, estaba bebiendo con ellos en un bar de Manhattan cuando alguien afirmó taxativo que era imposible llegar desde Nueva Jersey a la ciudad en menos de quince minutos. Tomy dijo que él sería capaz de hacerlo sin problema. Con los ojos cerrados. Con la chorra fuera, si era necesario. Y uno de sus amigos, el más imprudente de todos, respondió alguna variante local de «no hay huevos». Como Michael J. Fox cuando alguien le llamaba gallina, Thomas Fitzpatrick achinó los ojos, depositó lentamente la enésima cerveza de la noche sobre la mesa y dijo algo así como «esperad y veréis». Era 30 de septiembre de 1956, y Thomas Fitzpatrick se disponía a ganar una apuesta de la forma más espectacular que jamás se haya visto.

Una avioneta en Washington Heights, al norte de la isla de Manhattan

La vida de Tomy Fitz hasta aquel día había sido curiosa. Nacido en 1930, en 1945 se alistó en el Cuerpo de Marines. Como tenía quince años, tuvo que mentir descaradamente sobre su edad, pero la Best Generation era así. Fue destinado a China, donde tuvo su bautismo de fuego; también fue allí donde aprendió a volar un avión de reconocimiento. Después de regresar a casa, decidió que había pegado pocos tiros, así que se alistó al ejército de tierra, y acabó como parte de las fuerzas de ocupación norteamericanas en Japón. Justo cuando se acababa su periodo de servicio, empezó la guerra de Corea, así que le tocó combatir por segunda vez. Allí fue herido de gravedad. Según los informes del ejército, condujo un camión de munición bajo intenso fuego enemigo para rescatar a unos compañeros que se habían quedado aislados. Así que además de enviarle a casa, le otorgaron un Corazón Púrpura, la medalla que se entrega a los que derraman su sangre por el país. Cuando volvió a Nueva York en 1954 encontró trabajo como carretillero en el puerto, y en eso estaba cuando uno de sus amigos tuvo la ocurrencia de apostarse algo contra él.

Aterriza como puedas. Real Life Edition

Desde el bar, Tomy Fitz tomó un taxi hasta el aeródromo de Teterboro, en Nueva Jersey, a unos veinte kilómetros de Manhattan. Una vez allí saltó la verja, se subió a la primera avioneta que encontró y procedió a robarla sin demasiados miramientos. Sin luces ni radio, fiándose sólo de su instinto, con esa confianza ciega que sólo otorga la ingesta excesiva de whisky, Tomy despegó desde el aeródromo a las tres de la madrugada y voló una Cessna 140 completamente borracho y a oscuras hasta Manhattan. Había decidido aterrizar en los jardines de una escuela cercana, pero dada la hora, y que era fin de semana, las luces estaban apagadas. Así que decidió aterrizar justo enfrente del bar donde todavía estaban sus amigos, preguntándose dónde demonios habría ido habría ido el tarado mental de Tomy Fitz. Poco más de quince minutos después de despegar, la avioneta tomó tierra suavemente en la Avenida de Saint Nicholas entre las calles 190 y 191. De la cabina del aparato emergió un Fitzpatrick eufórico y etílico, gritando «os lo dije». Las autoridades, alertadas por los vecinos, detuvieron al improvisado piloto por el robo del aeroplano, pero lo tuvieron que dejar libre poco después: el dueño de la avioneta, impresionado por una proeza aeronáutica tan espectacular, se negó a presentar cargos. La única consecuencia para el bueno de Tommy fue una multa de cien dólares que le impuso el ayuntamiento por violar las ordenanzas locales, que prohibían explícitamente aterrizar aeronaves en la calle. Y aquí acabaría la historia, y sería una gran historia, si no fuera porque Tommy Fitz no se conformó con aterrizar una avioneta en medio de Manhattan. Dos años después lo volvió a hacer. Y por el mismo motivo.

Una muchedumbre observa atónita la avioneta robada por Fitzpatrick en una calle de Manhattan
El tipo no sólo aterrizó la avioneta en la calle sino que lo hizo rodeado de coches aparcados a ambos lados de la calzada. Y yendo más ciego que un piojo. Si esto no es un superpoder, yo no sé qué es
«Si ya saben cómo me pongo para que me invitan»

Dos años después de la hazaña, Fitz estaba en otro bar del mismo barrio, pasado de copas y contando por enésima vez el día en que robó una avioneta y la aterrizó en mitad de la calle. El barman, habituado a las historias de gente con demasiado alcohol en sangre, se mostró incrédulo. «No me creo que eso sea posible, Tommy». Famosas últimas palabras antes de la catástrofe. Por segunda vez en sólo dos años, Thomas se subió a un taxi, se fue al aeródromo de Teterboro, robó una avioneta, y la aterrizó en Manhattan, a apenas cuatro manzanas del lugar donde había completado la gesta un par de años antes. «¿Ves cómo si que podía hacerlo?», dicen que le gritó al dueño del bar. Esta vez, sin embargo, no tuvo tanta suerte con la administración de justicia, y le cayeron seis meses de prisión, no por robar la avioneta, porque de nuevo el dueño del aparato no quiso hacer sangre, sino por introducir bienes robados en la ciudad. Después de aquello, Tommy Fitz nunca volvió a volar, pero en su honor, y en recuerdo de la absoluta epopeya etílica que protagonizó, el mayor «hold my beer» de todos los tiempos, se creó un cóctel llamado «Late night flight«. Thomas Fitzpatrick murió en 2009, dejando esposa, tres hijos, y las dos mejores anécdotas de borracho de la historia de la humanidad.

La segunda avioneta que Fitzpatrick sustrajo para ganar una apuesta, siendo retirada de Manhattan, el 4 de octubre de 1958, casi exactamente dos años después de la primera vez.

Fuentes: Wikipedia, Medium, Check Six, La Razón, NYT, Utterly Interesting.

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Puedes encontrar esta historia, y todas las demás, en El Mapa de Fronteras

Y, sí, en HISTORIONES DE LA GEOGRAFÍA también se habla de aviones, de Nueva York, de gente que hace cosas raras y de historias curiosas y descacharrantes narradas con el mismo tono serio y académico que caracteriza este lugar. Es Navidad. Regálaselo a alguien. A tu vecina. A tu compañero de trabajo. A tus hermanos, padres, tíos, primos, sobrinos, hijos, perros, gatos. A quien sea.  A ti mismo, incluso. PERO COMPRA MI LIBRO.