I love people

Así se titula el vídeo en time lapse  de Benjamin Jenks, que se recorrió los Estados Unidos, de California a Maine, haciendo autostop, y fotografiándose con gente. A lo largo de más de tres mil fotografías, tomadas en lugares como la presa Hoover, el Cañón del Colorado, la Bourbon Street de Nueva Orleans o el Obelisco de Washington D.C., pero también en docenas de aparcamientos de centros comeriales, muros de extrarradio y bares de mala muerte (ojo a la escena de Austin, Texas), nuestro viajero de hoy nos muestra EE.UU., pero sobre todo, gente, mucha gente. Hasta 930 personas, según la descripción del vídeo (no me he parado a contarlas, ni pienso hacerlo). Todo ello en menos de tres minutos. Un video viajero para desearos feliz fin de semana, y también felices vacaciones a los que ya las empezáis.

 

El hombre que conquistó Bir Tawil para su hija

Los más veteranos de los lectores que pastan por este su humilde blog recordarán Bir Tawil, aquel pedazo de desierto entre Sudán y Egipto que, fuera de la Antártida, es el único territorio considerado Terra nullius en todo el mundo. Permanece sin reclamar puesto que  tanto Egipto como Sudán lo consideran parte del territorio del vecino, y esto es así debido a que unos kilómetros más allá hay otro territorio, con petróleo y esas cosas, que los dos países reclaman, y debido a los tratados internacionales de delimitación de fronteras que los británicos hicieron a principios del siglo XX, reclamar uno de los territorios implica necesariamente considerar el otro como parte del país vecino. Así pues, los dos países lo consideran ajeno y nadie más lo considera como propio, por lo que es tierra de nadie. Un avispado estadounidense decidió que, oye, si no es de nadie no pasa nada porque vaya uno allí y se lo apropie, y aparentemente eso es lo que ha hecho. Ir allí, proclamarlo territorio independiente y nombrar princesa a su hija. Ahí es nada.

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Jeremiah Heaton y su hija Emily, con la bandera de su principado, hecha en casa.

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El accidentado viaje de la señora Benz

Corría el año 1888 y el señor Benz, cuyo apellido quizás os suene de una marca de coches alemana, se encontraba un poco alicaído. Herr Karl Benz, que ese era su nombre completo, estaba preocupado por las ventas del producto estrella de su compañía, el Benz-Patent Motorwagen, que venía a ser un triciclo motorizado. Bertha Benz, simultáneamente esposa y socia capitalista en la compañía, confiaba plenamente en las posibilidades comerciales del cacharro, así que decidió embarcarse en un viaje prodigioso para demostrarle a su marido y de paso al público en general todo lo que era capaz de hacer aquella máquina. Esta es la historia de su accidentado viaje.

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Bertha Benz, hacia 1871

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